Zitácuaro bajo fuego. La historia de una familia atrapada entre balas, miedo y abandono

El reloj marcaba poco después del mediodía cuando el caos volvió a sacudir Zitácuaro. La escena era casi irreal: balaceras a plena luz del día, columnas de humo elevándose desde vehículos y tiendas incendiadas, familias corriendo a refugiarse mientras el sonido de las armas cortaba el aire. Entre todo eso, una familia quedó atrapada en medio del fuego cruzado.

Eran cuatro: una mujer, su esposo y sus dos pequeños hijos. Viajaban en un automóvil particular cuando los alcanzaron los disparos. Nadie imaginó que esa tarde terminaría en tragedia. El menor, un niño de cinco años, murió camino al hospital. Nadie los protegió.

Este mismo jueves, las redes sociales se llenaron de mensajes de alerta. Escuelas como la Secundaria Nicolás Romero suspendieron clases. Las autoridades educativas de Zitácuaro, Angangueo y Jungapeo anunciaron lo mismo, era peligroso salir. Profesores, alumnos y trabajadores quedaron varados, atrapados en escuelas sin transporte, sin saber si podrían volver a casa.

El miedo fue más allá de las aulas. En las carreteras, vehículos fueron incendiados, caminos bloqueados con piedras y tráileres atravesados por hombres armados. El transporte público colapsó. Los municipios de Zitácuaro y Tuxpan habilitaron albergues en instalaciones del DIF para quienes no pudieron seguir su camino. Jóvenes estudiantes durmieron en pisos fríos, abrazando mochilas que esa mañana sólo llevaban libros.

Los testimonios empezaron a circular. Un maestro contaba por WhatsApp que tenía 24 horas encerrado con sus alumnos. Una madre, en redes, rogaba por información de su hija atrapada en el centro. Un conductor narró cómo escapó por brechas para evitar los bloqueos, con niños llorando en el asiento trasero.

En paralelo, el gobernador del estado ordenaba reforzar la seguridad. La Secretaría de Seguridad Pública, en coordinación con el Ejército Mexicano, la Guardia Nacional y la Fiscalía, activó un operativo para intentar controlar la situación. Pero la violencia ya había dejado una cicatriz profunda.

La semana ya venía teñida de luto. El martes, la presidenta municipal de Tepalcatepec, Martha Laura Mendoza, fue asesinada. Y ahora, a unos cientos de kilómetros, un menor moría por las balas que no iban dirigidas a él ni su familia, pero que terminaron con su vida. Balas que no conocen inocentes.

La historia de este jueves en Zitácuaro no es solo la crónica de un enfrentamiento más. Es el retrato de un Estado desbordado, de comunidades quebradas por el miedo, de infancias rotas por una violencia que parece no tener fin. Es la historia de una familia que no volverá a estar completa, y de muchas otras que aún esperan poder volver a casa.

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