Brissa Arroyo ya eligió. Se puso la camiseta… pero no la del PRD. A dos años de las elecciones de 2027, la diputada perredista decidió hacer malabares políticos en público, no por principios ni por convicción ideológica, sino, al parecer, por una simple y pragmática razón, asegurar su futuro político. Dicho de otra forma, empezó a “pepenar chamba” desde temprano.
Lo que hace apenas unas semanas fue un encendido apoyo a la senadora Araceli Saucedo -a quien le gritó “¡Gobernadora!” frente a militantes del PRD- hoy es silencio, evasivas y una fotografía sonriente con Raúl Morón, uno de los perfiles más visibles de Morena para la contienda de 2027. Sí, el mismo Raúl Morón que milita en un partido distinto al suyo.
¿Lealtad? ¿Proyecto de nación? No. Todo apunta a sobrevivencia política.
La diputada se esmera en disfrazar su oportunismo con un discurso de unidad, democracia interna y apertura al diálogo. Pero entre líneas se asoma otra realidad, Brissa sabe que no tiene espacio garantizado en el PRD, ni plurinominal ni de mayoría, no porque se lo quitaran, fue porque ella misma se encargó de minar su presencia política en el partido. Y peor aún, confronta de manera constante al presidente del partido, quien es, nada más y nada menos, que quien firma y registra las candidaturas.
¿Entonces a qué está jugando? ¿A mantenerse como lideresa de bancada mientras promueve a un precandidato de otro partido? ¿A buscar cobijo en Morena mientras asegura que su compromiso es con el PRD? ¿O simplemente a estirar la cuerda lo más posible mientras ve en qué equipo le ofrecen lugar?
Lo cierto es que su actitud deja claro que la palabra “lealtad” no está en su diccionario político. Apoyar abiertamente a Raúl Morón es romper con los principios básicos de pertenencia partidaria, decisiones que tendrán, seguramente, un costo muy alto para la diputada, quien debuta y se despide de la legislatura antes de lo imaginado.
¿Quién va a confiar en ella en 2027?
Difícilmente el PRD le dará espacio. Después de todo, quien traiciona una vez, traiciona dos. Y en Morena, donde ya sobran aspirantes con más estructura, historia y lealtad, difícilmente la recibirán con los brazos abiertos. Ni pluri, ni candidatura, ni dirigencia. Arroyo, en su intento por ser “la figura de equilibrio” entre dos fuerzas, terminó desdibujándose a sí misma.
Al final, su único capital político será su ambigüedad. Y eso, en un escenario electoral tan polarizado como el que viene, no vale nada.
La diputada podrá decir que su presencia junto a Morón fue por pluralismo o por “escuchar a las bases”. Pero no nos confundamos, quien levanta la mano a una figura de otro partido, mientras intenta seguir cobrando como representante de otro, no está escuchando. Está negociando.
Y lo hace demasiado temprano, con demasiada desesperación y, quizás, con demasiado poco futuro.